“Mi reclamo comenzó porque firmé muchos pedidos contra la pirotecnia por los animales. Y si firmo tanto por los animales, ¿por qué no lo hago por mi hijo? La pirotecnia se transforma en un sufrimiento, una tortura. Probamos con auriculares, música, DVD y no hay manera”.
“Ezequiel, mi hijo, tiene un trastorno generalizado del desarrollo. Es autista, se lo detectaron a los cinco años. Empezamos con integraciones escolares y gracias a eso pudo terminar la escuela primaria”.
“La fiesta no es algo festivo sino de tortura, es como si sintieras un picaneo constante y no puedas hacer nada. Es un sufrimiento para él y para toda la familia”.